martes, 22 de diciembre de 2009

EL SOCIALISMO Y LA AGENDA PENDIENTE PARA LA CONSOLIDACION DE UNA DEMOCRACIA DE CALIDAD


Nos enfrentamos a una crisis institucional profunda, una situación que configura no una mera crisis de representación, sino una descomposición del propio entramado institucional que da cuentas del agotamiento del régimen político que emergió con la recuperación democrática de 1983.

La experiencia argentina expresa, entonces, no una consolidación de la democracia, sino más bien la “persistencia estable” de la misma. Si bien esta situación contradictoria, en la que un sistema basado en la igualdad política –el principio “un hombre, un voto”- convive con profundas brechas de desigualdad, no es obstáculo para la continuidad institucional del régimen democrático, es determinante en relación a su pobre calidad social e institucional.

De allí, que pueda señalarse que si bien “no hay malestar con la democracia, hay malestar en la democracia”. Lo que está en crisis indudablemente no es el régimen democrático sino la forma histórico-concreta que éste ha adquirido, es decir, la democracia liberal-representativa.

El liberalismo –en su versión conservadora más habitual- ha puesto en práctica una concepción de democracia meramente procedimental que ha obturado la dimensión participativa y deliberativa de la vida política, reduciendo así la noción de ciudadanía exclusivamente a la faz electoral. Enfatizando el valor de la representación política, y por ende la centralidad de los lazos verticales entre ciudadanos y dirigencia política, la tradición liberal-conservadora ha intentando así legitimar un régimen en el que la participación política podría ser prácticamente inexistente. En este sentido, los defensores de la democracia liberal-representativa han considerado históricamente a las ideas y prácticas democráticas como “peligrosas”, en particular las ideas de igualdad y autogobierno, alentando de esta forma “visiones resignadas de lo político”.

De todos modos, resulta claro que lo que hoy está en cuestión no es la democracia, sino “¿Qué democracia?”. Es decir, el problema no radica en el sistema democrático, sino precisamente en la insuficiente o pobre institucionalización que caracterizado al modelo de democracia liberal.

Entramos así en el siglo XXI con la proclamación reiterada del triunfo de la democracia, pero con la constatación de sus dificultades para cumplir con sus principios fundantes de igualdad, libertad y justicia social. Y entre estas dificultades encontramos uno de los más relevantes subproductos de la pobre calidad democrática, que es sin dudas la flagrante inequidad en la distribución del ingreso.

La sociedad que concebimos los socialistas debe ser intolerante con las desigualdades de cualquier especie. El eje que históricamente ha caracterizado al pensamiento socialista ha sido en este sentido la pasión por la igualdad, que debe ir siempre de la mano de la libertad en el camino del progreso social. Por ello, tenemos la convicción de que no habrá nueva política en Argentina sin una distribución más equitativa de la riqueza nacional.

Y creemos que es el Estado quien debe garantizar una base consistente de ciudadanía, promoviendo la igualdad. Pero hablamos de un nuevo Estado, un Estado austero, transparente y, sobre todo, altamente participativo. De allí que los socialistas concebimos el poder no como una finalidad sino como un instrumento activo para transformar la sociedad, procurando la máxima igualdad ciudadana.

Hoy, más que nunca, es necesario ir más allá del voto, y en el camino hacia una democracia de calidad, recuperar la idea de una esfera pública vibrante en la que la deliberación y la participación tornen posible el autogobierno individual y colectivo. Es necesario caminar hacia una democracia más auténtica, participativa, con procedimientos directos o semidirectos en las grandes decisiones políticas colectivas.

Los problemas de la democracia se corrigen con más y mejor democracia. Por ello, entendemos que las respuestas a los nuevos retos que la realidad de nuestro país nos plantea, han de construirse con la activa participación de los ciudadanos a través de una democracia cada vez de mayor calidad. Y la democracia de mayor calidad sólo puede conseguirse mediante el establecimiento de nuevos instrumentos participativos y deliberativos.

La democracia está ligada a la búsqueda y lucha permanente por la igualdad, la libertad y la justicia social, y por ello es precisamente una experiencia histórica siempre inacabada. La democracia ateniense, o en todo caso, ese ideal extraviado del autogobierno, debe seguir siendo la utopía democrática por excelencia, un objetivo que quizás nunca podamos alcanzar definitivamente pero al que siempre debemos tender y empujar.

Vivimos en tiempos de transición, donde si bien la realidad no siempre puede analizarse en blanco y en negro, hay indudablemente una agenda aun pendiente en el camino de la consolidación democrática.

El desafío, aquí y ahora, es avanzar más allá de los límites del modelo de democracia libera-representativa, para dar lugar a una democracia más transparente y participativa, que retome los principios históricos que inspiraron las luchas democráticas, la igualdad, la libertad, la solidaridad y la justicia social. Y para ello es necesario sentar los cimientos de una democracia de nuevas bases, que conjugue calidad institucional y distribución social y federal de la riqueza nacional.